domingo, 21 de octubre de 2012

"Eres una bestia"



Hombre-animal, una dualidad no irreconciliable 


¿Los seres humanos somos en realidad una unidad? O nuestras características biológicas nos hacen dueños de una animalidad que la misma razón se encarga de esconder con gran pudor. Apoyando la segunda tesis, creería que nuestra animalidad es tan observable como nuestra constante insatisfacción.

Estuvo presente en el medioevo, cuando “la intimidad” era un término inexistente en la Europa del siglo XIV, la gente hacía sus necesidades públicamente, la higiene no era importante, y las relaciones sexuales podrían ser observadas por terceras personas sin que hubiese un asomo de vergüenza; pues el pudor y la pena no existían. Sólo con la popularización de los modales que se vivían en el interior de las cortes del rey (la cortesía), las transformaciones económicas, el surgimiento de nuevas clases socio-económicas (burguesía), y un sinnúmero de transformaciones estructurales en cuanto vivienda, educación y salud, la vieja y sucia Europa empezó a relucir para darle paso a la modernidad y el abandono de “el salvajismo” o “animalidad” que tanto los perturbaba. Pero esas añoranzas del animal herido por la historia e ignorado por la razón saldrían a relucir posteriormente, no está de más pensarse el por qué muchos autores europeos escribían apasionadamente sobre personajes de una complejidad psicológica abrumante, misántropos muchos, incapaces de vivir en sociedad y añorantes de un animal que llevaban en su interior que emergía ante la menor distracción.

Los latinoamericanos no estamos exentos de esa historia, desde el descubrimiento del “nuevo continente” hemos sido el producto de una occidentalización agresiva y penetrante. La naturalidad del indígena desprovisto de pena en su andar desnudo fue amenazante para el europeo que apenas estaba sumergiéndose al vasto mundo de la introspección. Con el pasar de los años fuimos víctimas de lo que Mikhail Bakhtin definiría como una “interpretación monológica del otro” en la cual el nivel de civilización de los nativos era comparado con el de los europeos, para finalmente ser rotulados como “salvajes” o pobres miserables carentes de gobierno, con necesidades de una religión monoteísta y un evangelio enseñado con látigo bajo una roja alfombra de sangre indígena. Pero bueno, pasando un poco esta tragedia que tanto ha marcado nuestra identidad de latinoamericanos, y volviendo al tema del hombre-animal, deseo resaltar que mi interés parte de una necesidad de reconocimiento de ese Yo animal que suplica salir de mis entrañas.

El amor como lo conocemos no es algo meramente humano, el raciocinio humano suele dañar muchas cosas, suele medir, suele discriminar, suele pensar, suele sufrir. El amor sólo puede vivirse a plenitud en la piel del animal; en la irracionalidad. El hombre-humano ama, pero también sufre, entrega, pero también guarda. El animal nos enseña a liberarnos de prejuicios, y amar instintivamente, como aman los animales. La necesidad del rose, de las caricias, los besos, la necesidad de proteger aquello que amamos, sólo podría ser placentero si el humano le permite a la irracionalidad que reine un poco en nuestro cuerpo y nuestros sentimientos. Es así como esa naturaleza animal es rescatada, sacada de la penumbra, para que nos proporcione placer. No sólo centrándonos en el terreno amoroso, también en muchas otras actividades diarias que pueden parecer innecesarias o hasta riesgosas, pero se remiten a esa necesaria sensación de satisfacción que experimentamos por instantes, las cuales, permiten que el humano le atribuya algún sentido a su existencia.

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